Relato Corto «Cosas y Casos de Cádiz» Capítulo III

RELATOS CORTOS
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CAPÍTULO III
A falta de 3 días para la celebración del tradicional partido anual, ya se respiraba en el barrio un ambiente casi festivo. Los vecinos olvidaban o por lo menos lo intentaban, todos los sus problemas que por lo general, se resumían en las dos grandes lacras; paro y droga. El bache era punto de encuentro para organizarlo todo: las mujeres se reunían y organizaban la comida para después del partido, aportando cada una lo que podía, los organizadores se reunían para ultimar detalles tan importantes como buscar patrocinadores para los Trofeos y uno de los puntos más conflictivos, definir alineaciones, suplentes y arbitro. Pues así como todo el mundo quería jugar, nadie se presentaba para arbitrar, pues raro era el año, en el que no “cobraba” y no precisamente dinero. Precisamente nos encontrábamos en la ardua tarea de la elección de “la víctima”, cuando un griterío nos hizo salir a la calle. Dos chavales atropelladamente gritaban que el Pescui se había ahogado. Más calmados y una vez pasado en parte el susto, esto es cuanto contaron:




Habían quedado bien temprano a las puertas de La Caleta para ir a pescar, pensaban ir a la punta del Sur, por lo que siguieron caminando hasta llegar al puente Canal. Al bajar por las rocas, se toparon con el pescui que flotaba boca abajo en la poza. Al principio al verlo con su traje y el tubo asomando, pensaron que buceaba, pero rápidamente se dieron cuenta de que algo raro pasaba y optaron por tirarse al agua y no sin dificultad sacar lo que sin duda era el cuerpo sin vida del malogrado Pescui. Rápidamente uno de ellos corrió a buscar ayuda y el resto: lo normal en estos casos, levantamiento del cadáver por parte del Juez de Guardia y traslado al Tanatorio.


Como me temía poco tardó la Guardia Civil en presentarse en el “Bizco” para recabar información sobre el difunto, domicilio, familiares………, Pepe y yo, que éramos los que más le conocíamos, les explicamos que no tenía familia, pues sus padres hacía años que habían fallecido y le dijimos que con gusto le acompañaríamos a su casa, a lo que asintieron los guardias no sin antes pedirnos que les acompañásemos al Tanatorio al reconocimiento oficial del cadáver, pues los dos chavales que le encontraron eran menores de edad.




El Juez resultó ser Jueza, con ella y los guardias nos dirigimos a reconocimiento, ratificando sin duda que se trataba del cuerpo de Hipolito Gómez Tristón. El forense, confirmó la causa de la muerte: Ahogamiento por inmersión. La Jueza ordenó a los guardias nos acompañasen a su casa a hacernos cargo de sus objetos personales y buscar documentación de cuentas bancarias, dinero en metálico o póliza de decesos que se hiciera cargo del entierro.





Llegamos a casa de Hipólito, un cuartucho de no más de 15 metros cuadrados no siendo necesario forzar la cerradura, pues la misma ya había sido reventada. Dimos por hecho que algún ratero de poca monta enterado del asunto, se nos había adelantado en busca de algo de valor, cuya existencia dudábamos. En cualquier caso ya había volado. Siendo así, alguien tenía que hacerse cargo del cadáver o preguntar en la Facultad de medicina quien en estos casos normalmente, lo hacía para las prácticas de los futuros galenos. No sabiendo en ese momento que hacer y con el visto bueno de la Jueza, acordamos nos otorgara unas horas para decidir.


Como siempre que había algo que discutir, nos dirigimos al bache, poniendo al tanto a los asiduos de todo lo acontecido. Respecto al espinoso tema de los gastos del entierro, que preveíamos problemático, no hubo ocasión para el debate, pues antes de plantearlo Leonardo “El Bizco”, sorpresivamente, me llamó con disimulo a un aparte y me dijo que todos los gastos los pagaría él, no sin antes hacerme jurar mil veces que Pepe y yo contáramos la trola que mejor nos pareciera, pero que guardásemos el secreto, con una media sonrisa dijo: “uno tiene una reputación que mantener…” Me soltó un sobre con treinta mil duros y volviendo a ser el Leonardo que durante años creí conocer me soltó un:
• Gastos a justificar, ¿ehhh?.



Acordamos Pepe y yo velar al muerto y ahí estábamos los dos, mejor dicho tres, solos. Muy de vez en cuando aparecía alguien del barrio, mujeres sobre todo y asomándose al féretro, soltaban un: “Que bien lo han dejado”, “Que guapo está” o un “ya descansó, pobrecito” . Los hombres sin embargo, entonaban un “se veía venir”, “él se lo ha buscado” y sentencias por el estilo. Andaba yo dándole vueltas al detalle del Bizco de correr con todos los gastos, llegando a la conclusión de cuan complicada es la naturaleza humana, por mucho que creas conocer a una persona, es impredecible la reacción que el ser humano puede tener ante un hecho bajo unas determinadas circunstancias. ¿Qué hace que en un momento dado un desconocido arriesgue su vida por ayudar a un extraño? , ¿Qué mueve a un ciudadano aparentemente normal a matar por una estúpida discusión de futbol? , ¿Que lleva a un tipo a negarle a un crio un vaso de agua, diciendo que para eso vende las botellas? o ponerle mala cara a un cliente de toda la vida por pedirle dos azucarillos para el café ? Y ese mismo ser avaro y miserable, sin tener porqué se ofrece anónimamente a el entierro a un extraño. absorto en esos pensamientos me encontraba, cuando a eso de medianoche aparecieron “El carapapa” y “Pacote” y fue un comentario de este último: – Pobrecillo, ahora que había dejado de beber, el que hizo que como el que aprietan un resorte despertara de mi aletargamiento fruto, sin duda, del cumulo de acontecimientos vividos en tan pocas horas.




– Repite eso que has dicho Pacote…


– Pues eso, que es una pena, ahora que había dejado de beber. Ya le viste el otro día en “El Bizco”, fresco como una lechuga. Además hace un par de días me lo encontré en la plaza de España y me paré con él. Iba sin una gota de alcohol Perico, que eso se nota. Nunca en la vida le vi tan contento, (bueno, la verdad nunca antes le vi contento ni mucho ni poco). Me dijo que su vida iba a cambiar . Pronto dejarían de conocerlo por “Pescui el borracho” y le llamarían por su nombre: Hipólito; Hipólito Gómez.


En segundos vinieron a mi mente, su encuentro con el engominado, el relato de los chavales, la cerradura reventada…. Y ahora el relato de Pacote. Me dió por pensar que si el muerto hubiese sido otro y no un pobre muerto de hambre, no se habrían dado tantas cosas por supuestas, en el reverso de una de las recordatorias que la funeraria ofrecía en su “Pack todo incluído”,” como unas horas antes nos dijo el empleado de la funeraria ”El Último Placer”. Un niñato, que parecía nos estaba vendiendo unas vacaciones en un Hotel de lujo en Cancun , empecé a escribir todo aquello que habíamos dado por supuesto en el caso de la muerte de Hipólito:




Todos: conocidos, policía y forense, dimos por hecho el ahogamiento como causa de la muerte. Ahogamiento, de un submarinista muy experimentado, aún con las importantes limitaciones físicas y para más enjundia en una poza que con bajamar no alcanzaba los tres metros de profundidad. A nadie le dio por preguntarse qué hacía Hipólito allí, , buceando en una poza que utilizaban los chiquillos para bañarse.




También, todos dimos por supuesto que fuese cosa de algún ratero de poca monta, el estado en el que nos encontramos su casa, y lo que más me chocaba: ¿que hacía Hipólito con un fulano que usaba trajes de los del Corte Inglés? Dándole vueltas al tema, pasé el resto de la noche, mientras Pepe roncaba que daba gusto




Ya clareaba el día, miré el reloj y vi con alivio que eran casi las 7 de la mañana, a las 9 estaba previsto que el cura diera un breve responso y se procediera a la incineración. Los más allegados habíamos acordado arrojar sus cenizas al mar. Pepe seguía roncando, así que fui a tomar algo al bar. Mientras daba buena cuenta de un café y una palmera de chocolate, dura como la madre que la parió, observaba a la gente. Es curioso, pero siempre pasa igual en los velatorios. Empiezan a formarse corrillos de familiares, compañeros de trabajo, vecinos… y en un par de horas queda reducido a dos grupos: el de los cotillas que se sitúan en lugar preferente cerca del finado, para controlar quien viene, quien va, y no perder hilo de todo cuanto ocurría para luego tener tema de conversación durante días. En un segundo grupo están los que optan por irse directamentte al bar.


Un par de horas más y los tenemos todos a una, descojonados contando chistes o comentando aquella anécdota graciosa que le ocurrió con el muerto. Todos jiji jaja, y de vez en cuando un “Ahhhiii” un “no somos nadie” o “Limpia era como ella sola”, dando paso a un nuevo ataque de risa, digo yo que motivada por el cansancio, los nervios o a un extraño mecanismo de nuestro cerebro que intenta mitigar con la risa tonta, la angustia que nos produce recordarnos nuestro inexorable futuro unido al de la guadaña.


Eran las 8 cuando uno de los ordenanzas del Tanatorio con cara de sueño nos entregó la Pensa. Ahí estaba la esquela de Hipólito:








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Continuará…

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